En el blog que apunto con el dedo hay otra tortilla igual de sabrosona.

domingo, 11 de abril de 2010

MORAL DE AYER Y MAÑANA (4)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 10 Abr 2010 - URL Permanente
Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).
Parte Segunda
1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos
2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana
3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.
4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.
5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia
6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos
4.Moral razonable: orientada por criterios y normas
Si en la característica del epígrafe anterior se acentuaba el aspecto comunitario, en este cuarto rasgo hay que insistir en un enfoque de la moral que sea comunicable y compartible en la sociedad pluralista. Las preguntas de una teología moral razonable, que aspire a ser interculturalmente comunicable y se deje orientar e iluminar por criterios, normas y principios transmitibles humanamente, serían, entre otras, las siguientes:
¿Cómo elaborar criterios, normas y principios de moralidad de tal manera que puedan ser comprendidos e incluso aceptables por otras personas que piensen coherente y honradamente, pero que no compartan la cosmovisión cristiana? ¿Cómo proseguir la tarea, que viene llevándose a cabo a lo largo de la historia de la humanidad, de re-elaborar y re-formular normas y principios que sirvan de cauce a los valores de "humanidad" en que aspiramos a converger, a pesar del pluralismo cultural y cosmovisional? ¿Cómo revisar y repensar incluso aquellos principios y normas que nos parecen más incontestables, de tal manera que sea posible la comunicación acerca de esos temas entre personas honradas de buena voluntad, a pesar de las inevitables diferencias? ¿Qué hacer con los principios y normas recogidos a lo largo de la tradición cristiana? ¿Cómo apreciar y aprovecharse de lo mejor de ese patrimonio sin quedar atados al inmovilismo, ni a la incomunicación, ni a la pérdida de credibilidad tanto dentro como fuera de los ámbitos creyentes? ¿Cómo buscar en constante diálogo los valores morales en los que es posible una convergencia? ¿Cómo colaborar en una sociedad pluralista para buscar en común los valores y criterios morales que nos humanicen más, impidan nuestra deshumanización y puedan ser formulados y reformulados paulatinamente con expresiones cada vez más compartibles y comunicables entre personas de diversas tradiciones culturales y religiosas?
Predominará, sin duda, en el futuro el esfuerzo por dialogar con quienes buscan una ética humana intercultural por encima del pluralismo de cosmovisiones. A la hora de empeñarnos en una búsqueda en común de valores, mediante el diálogo en una sociedad pluralista, necesitamos apoyarnos en dos pilares: a) el intento de reflexión razonable con argumentos válidos, independientemente de las diversas tradiciones culturales y religiosas; b) el intercambio y aportación mutua de las diversas tradiciones religiosas y culturales al tratamiento de los problemas morales. El primero solo nos dejaría reducidos a una ética de mínimos y expuestos a la vulnerabilidad y dificultad de una ética puramente civil y secular. El reducirnos al segundo conlleva el peligro de que cada persona o grupo se quede encerrado en su propia tradición. En el clima futuro de diálogo intercultural e interreligioso, será necesario crear espacios de diálogo sobre los temas morales desde el doble campo: a) búsqueda de una moral intercultural; b) aportación desde la propia tradición. De lo contrario, nos quedaremos en el atolladero del dilema entre secularismos y fideismos.
Para poder llevar a cabo este esfuerzo, habrá que evitar el que cada uno quede encerrado en la preocupación por transmitir reglas y normas prefabricadas. En vez de eso, nos embarcaremos en una iniciativa común de creatividad y de búsqueda prospectiva de una moralidad responsable del futuro de la humanidad. Nos moveremos para ello en el ámbito de diálogo de una doble comunidad: la comunidad de los que comparten el propio credo y la humanidad como comunidad de comunidades. Esto nos llevará a alternativas más allá de la confrontación histérica o el compromiso diplomático. Al mismo tiempo que cada uno cuida su propia tradición de valores y los brinda al diálogo común, haremos un esfuerzo por buscar juntos los valores comunes en que podemos converger: formaremos parte de un equipo internacional de búsqueda pluralista de valores compartibles por cuantos se sientan responsables del futuro de la humanidad y del futuro de la vida.
Por otra parte, pasadas ya las exageraciones neoescolásticas y las reacciones contra ellas, la moral del siglo XXI se sentirá más libre para redescubrir lo que sigue siendo válido en la tradición, sin sentirse obsesionada por defenderla a ultranza ni por negarla de forma acomplejada. Se verán con más serenidad las luces y sombras de la tradición aristotélico-tomista. Efectivamente, esta tradicion tiene la ventaja de fomentar una ética teleológica de la felicidad, críticamente realista y muy anclada en las virtudes de justicia y prudencia. Pero la perspectiva del aquinate en muchos temas concretos, por ejemplo, en materia de sexualidad, está muy condicionada por su entorno cultural y de época. Las reinterpretaciones de Sto.Tomás que redescubran en sus escritos la apertura a una objetividad más inductiva (desde abajo y desde la experiencia) y a un realismo más matizado (desde la inevitable puesta en juego de la subjetividad), servirán para encontrar un terreno de experiencia común e intercultural a la hora de discutir sobre la fundamentación de la moralidad. Es posible, por ejemplo, releer bajo una nueva luz el pensamiento tomista acerca de la ley natural de un modo mucho más sensible para los cambios de circunstancias espaciales y temporales. Dicho de otra manera, para entender la moralidad en el marco de una mentalidad con sentido de la historicidad, en lugar de hacerlo con una mentalidad estática y clasicista. Desde una lectura semejante será posible respetar las diferencias de experiencia según épocas y culturas, a la vez que no desistimos de la posibilidad de un acuerdo básico acerca de una ética humana compartida.
Lejos de los enfoques estrechos sobre la ley natural, será posible redescubrir una razonable cantidad de experiencia humana compartible a través de las culturas. Esto podrá conectar con algunos rasgos (solamente con algunos) de la ética tradicional aristototélico-tomista: "una confianza en que la reflexión razonable sobre la experiencia humana puede conducirnos no sólo a reconocer y condenar la injusticia, sino a persuadir a otros de que también pueden reconocerla y condenarla aproximadamente en los mismos términos que nosotros". Esta manera de leer a Sto.Tomás se puede encontrar en muchos autores de la línea renovadora de la moral tras el Vaticano II. Pero hay también otra corriente opuesta, que trata de basar la moralidad acentuando sólo el compromiso de fe, reforzado por la autoridad de la Iglesia. Ambas tendencias se vieron reflejadas en la encíclica Veritatis splendor, que representó en su día dos puntos de vista diferentes en teología moral no completamente integrados. Por ejemplo, la encíclica reconocía la ley natural como detectable por la razón humana, pero acentuaba fuertemente el magisterio eclesiástico como mediador tanto de la comprensión de la revelación como de la interpretación de la ley natural. Es de esperar que estos malentendidos mutuos queden superados en el siglo próximo.
Ya en la segunda mitad de este siglo se ha avanzado mucho en esta línea. Autores como B. Häring y Fuchs han reinterpretado la tradición acerca de la ley natural. No se insiste tanto como antes en una naturaleza común, sino en una común inclinación a ser razonable. Se es bien consciente de que, al hablar de ley natural, tan metáfora es la palabra "ley" como el adjetivo "natural". A distancia de los días de la encíclica Humanae vitae, se procura hoy evitar sus dos típicos errores: a) confundir naturaleza biológica con naturaleza humana; b) tomar la naturaleza humana como estática e incambiable. Siguiendo al mismo Santo Tomás, se acentúa más el "ordo rationis" que el "ordo naturae". Se concibe la ley natural más como expresión de una tarea que de un código; más como una búsqueda de lo razonable y responsable, un quehacer de la conciencia. La persona humana puede intervenir creativamente de un modo razonable para dirigir el "ordo naturae" de modo que se haga verdaderamente humano. Por consiguiente, no tiene nada de extraño que las normas sean revisables y tentativas.
Cuando esta línea de pensar se sedimente más en el futuro, se podrá superar la actual incoherencia en la manera de usar la iglesia la ley natural: mientras que en doctrina social la usa como "ordo rationis", en moral de la vida pretende utilizarla como "ordo naturae". Al concebir así, con más flexibilidad, la ley natural, habrá en ella más margen para la historia; para dejar lugar a las circunstancias que cambian el objeto, como decía el mismo Sto.Tomás; para fijarse más en actitudes y fines que actos aislados; y, finalmente, para no multiplicar sin necesidad el número de prohibiciones absolutas. Como ha formulado a menudo atinadamente Mc Cormick, la ley moral es más una forma de pensar ("thought structure") que un código prefabricado. Más que una lista de contenidos, es una pauta de creatividad razonable y responsable.
La moral de mañana entenderá así, de un modo más evangélico, más personalista y más flexible lo que había de válido en la tradición acerca de la ley natural. Esta no consiste en un conjunto de reglas, sino en una inclinación a ser razonable y responsable, como decía Lonergan. Es una orientación hacia la búsqueda de los valores que nos humanizan y nos hacen crecer como personas en las diversas situaciones, épocas y culturas. No es un reglamento escrito, sino una sensibilidad hacia los valores que merecen la pena. Lo más universal y válido de ella no son tanto unos contenidos cuanto la manera de preguntar por ellos y no cesar de buscarlos. Por eso no es extraño que haya avances y retrocesos en el hallazgo de esos valores a lo largo de la historia. Tanto en el individuo como en la humanidad hay progresos y retrocesos, crecimiento y decadencia. Ni es raro que haya dentro de la iglesia debates que aclaren, corrijan o enriquezcan la comprensión de lo que hasta ahora se consideraba valioso. Lo universal no reside tanto en las conclusiones cuanto en el modo riguroso y honesto de sacarlas. Si la moral del futuro es fiel a esta orientación, buscará lo universal como tarea que la capacite para criticar todo derecho positivo. Nunca acabaremos de saber qué es lo que más humaniza. Pero el no cesar de buscarlo será el primer rasgo de universalidad de una moral que buscará responsablemente lo que en cada caso y época humanice al individuo y a la sociedad desde las posibilidades que tenemos a mano.

No hay comentarios: