Pascua: El Crucificado es el Resucitado
Imagen del Resucitado sobre el fondo de la cruz, estilo de representación más adecuado teológicamente a la fe en la Resurrección y también más apropiado, en iglesias de Japón, para la sensibilidad cultural del país, en vez de los crucificos barrocos, retorcidos y sanguinolentos.
LUNES DE PASCUA: Salomé misacantana
Camino de Emaús, Juana y Lucas, Salomé y Cleofás. Se les acercó el Peregrino: Reparte el pan con los pobres, a nadie niega su vino, y va diciendo por los caminos: Amigo soy... Salomé y Juana, Lucas y Cleofás iban camino de Emaús aquel mismo día (cf. Lc 24, 13ss.).Salomé y Juana, unos pasos por delante. Lucas y Cleofás, algo rezagados. A ritmo de marcha, ellas; cariacontecidos, ellos.
Dice Salomé exultante. “Alegrad esas caras, niños, que el campo está precioso, almendros en flor y aroma de tomillo”. “Déjate de bobadas, en pleno duelo”, dice Lucas. “¿Cuántas veces habrá que repetirlo para que nos creíais?”, dice Juana, y añade: “Él vive, nos lo aseguró el ángel, nos aguarda en Galilea”. “Eso, dice Salomé, en Emaús solamente parada y fonda”. “Callad ilusas”, dicen ellos.
A la altura del cruce de Betania un peregrino confluye con el grupo. Turbante calado, el velo protege su cara del polvo del camino. “Shalom, chicas. ¿La misma ruta?”, saluda sonriente. “Hola, caminante. Nosotras, a Emaús, de paso para Galilea”, contestan a la par con voz alegre Salomé y Juana. “Yo tengo una cita en Galilea”, dice él. “Pues se te hará de noche. Más te vale hacer escala en Emaús”. “Es que no quiero hacerles esperar".
"¿Y vosotros, chicos, al mismo sitio?”, dice el del turbante, dirigiéndose a Lucas y Cleofás. “Hmmm”, saludan elos de mala gana, sin ánimo de platicar. “Van con nosotras ,aclara Salomé, pero estos dos no tiran de su cuerpo”. “Anda, insiste Juana, apretad el paso y vamos todos juntos, que el sendero es ancho”.
Marchan de cinco en fondo, Juana a la izquierda de Lucas, Cleofás en el centro, Salomé junto a él, y a su derecha el peregrino, que comenta: “Mirad qué hermosura de lirios en la colina”. Se le ha ladeado el velo al señalar al horizonte y su rostro descubierto cruza la mirada con Salomé, que susurra: “Ya decía yo que tu voz me sonaba, Rabboní”. El peregrino se lleva un dedo a la boca y sugiere silencio.
Juana no consigue animar a Lucas y Cleofás. Les interpela el peregrino: “¿Por qué esas caras largas?”. Responden: “¿Eres el único que no sabe lo de ayer en el Gólgota?”. “¿Qué?”. “Lo de Jesús, se lo cargaron los jefes. Nosotros esperábamos su liberación, pero... está enterrado”.
Entretanto, Salomé y el peregrino se miran con complicidad. “¿No leéis vosotros las Escrituras?”, dice el peregrino. “Tenía que pasar lo de siempre, al inocente lo asesinan, pero Abba le da la razón y su Espíritu lo saca de muerte a vida: Éxodo, Tránsito, Pascua”
Descansan bajo una higuera, Salomé saca pan de su alforja: “Peregrino, vas a necesitar esto para convencerlos”. El peregrino mira al cielo y parte el pan. “¡Conque eras tú!”, exclama atónito Lucas. Pero en ese instante desapareció de su vista. De pie, pan y vino en mano, solo están ante ellos Salomé, partiendo pan, y Juana, escanciando vino. Las dos unen sus voces a coro: “Abba, envía tu Espíritu que transforme y consagre la vida de quienes comparten”.
“¿En qué quedamos?, dice Lucas desconcertado. ¿Era él o sois vosotras?, dice Cleofás perplejo. ¿Ha sido un sueño, una ilusión? ¿Alucinamos?”. “No, dice Salomé, necesitáis una homilía que lo explique. Quien nos ve a nosotras haciendo lo que Él hizo en memoria suya, le está viendo a Él”.
“Pero... ¿Adónde se ha ido? ¿Por dónde vino?”. “Ni se va ni viene, Tathâgata es Así-Siempre-Presente, decía el oriental que nos mostró de pequeñas los secretos de la iluminación en la flor del Loto. Cuando se lo contamos un día a Jesús para saber qué pensaba de ello, nos dijo: el Espíritu sopla donde quiere. Dejaos llevar por él y os dará vida; vosotras estáis llamadas a repartir esa vida al mundo”.
Cleofás y Lucas, al fin, despiertan: “¿Cómo no nos dimos cuenta mientras comentaba las Escrituras?”. “Corramos a Jerusalén, a contarlo, dicen Salomé y Juana. Él vive, esto ya no hay quien lo pare, el amor es más fuerte que la muerte.”
Por querer retenerle, lo perdemos, como también perdemos a las demás personas cuando retenemos nuestra perspectiva egocéntrica. María debe dejar que Jesús se pierda en Abba y entonces lo tendrá más cerca, absorbida ella misma también en Abba.
Querer retenerle es querer usarle para que nos resuelva los problemas. La religiosidad auténtica no resuelove los problemas, sino ayuda a situarlos y a vivir con esperanza y sentido aunque no se resuelvan.
Hay que decir a María: “No le retengas, déjale retornar a Abba. Y tú, retorna a tí mismaa, que así retornarás a Él y Él a tí”. Cuando ella intenta retener a Jesús, ni se ve a sí misma ni a él. Se pierde y lo pierde.
Cuando nos aferramos al “Cristo estrecho y reducido” de la teología exclusivista o al “Cristo disminuído” por la imagen que de él nos hacemos, el presunto encuentro con él es autoengaño. Hay que decir lo de los budistas: “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Porque, sin duda, esa aparición es una alucinación que te has construído. Él mismo te dice “mátalo para descubrirlo, encontrarlo y encontrarte con Él”. Así te encontrarás a tí mismo, a tí misma, asentado, asentada en Abba....
Semana de Pascua. ¿Adónde apunta el dedo de san Juan?
La retórica de sermones y homilías está llena de respuestas a preguntas que nadie hace o de contestaciones superficiales a interrogaciones profundas. Por ejemplo, cuando el predicador de turno invita a aguantar con paciencia el dolor diciendo: “No hay mal que por bien no venga”. O cuando trata de consolar con la cantinela: “Por algo lo permitió la Providencia”.
Hay otra forma de creer más sincera, la de quien aprende a orar en forma de queja y preguntar por la esperanza ante el silencio de Dios. Esta teología piensa la fe desde abajo, a ras de tierra. Salzillo la intuyó y plasmó en expresiones de sus esculturas.
La Verónica tiene un rostro interrogante que impresiona: mientras muestra el paño que enjugó el rostro ensangrentado, sus ojos están diciendo a gritos sin palabras: “¿Y qué hacemos con esto?¿Quién me lo explica? ¿Para qué hablar?”
El Jesús de Getsemaní está preguntando: “¿Y de qué me sirve que el ángel sea bello y diga hermosas palabras, si lo que a mí me pasa no hay quien lo alivie, de qué sirve el paliativo sin efecto si a quien le duele le duele?
La mano derecha de Jesús deteniendo a Pedro mientras se deja besar por Judas, cuestiona: “¿Qué se gana con echar mano de la espada?”... Pero, sobre todo, manos de la Dolorosa y dedo de san Juan plasman los interrogantes de muerte y resurrección.
La Dolorosa es pura pregunta sin respuesta de madre dolorida ante la muerte injusta del hijo inocente. Sus manos y ojos reverberan al sol matutino gritando un “¿por qué, Señor, por qué?” Dicen que se inspiró el escultor en la madre huertana que perdió a su hijo. No se puede exaltar el dolor por el dolor, ni canonizar el dolorismo de interpretaciones sesgadas de la Pasión. No tiene más mérito quien más sufre, ni envía Dios dolores como castigos, ni los planea para sacar de ellos presuntos bienes, ni se derrama sangre para pagar deudas a una divinidad airada... Si Jesús salva, no es gracias a la cruz, sino a pesar de ella: porque el inocente ajusticiado vive para siempre en Dios, garantía de esperanza.
San Juan, señalando con el dedo al interior de nuestras casas, mientras lo contemplamos pasar por delante de los balcones, es pura pregunta: “¿Por qué buscáis en el cementerio al que está vivo en otro lugar?” Y su dedo señala: “¿No os habéis dado cuenta de que está ahí dentro, en vuestra casa?”
Mi pregunta a Salzillo sería: “¿Por qué, junto a tantas imágenes de Pasión, no hizo con el mismo arte una colección de pasos con las escenas pascuales: pescas joaninas en Tiberíades, caminos lucanos de Emaús, tumbas vacías de Mateo...? ¿Será por razón semejante a la escasez de versículos sobre el Resucitado en Marcos?
Nos deja Salzillo, como Marcos con su “teología desde abajo”, con el interrogante al final del Evangelio. Se acaba en puntos suspensivos ante la gran incógnita: el enigma del triunfo en apariencia del mal con la muerte injusta del inocente justo acusado y acosado... Solo con ojos de fe se descubre que el ejecutado y colgado es “El que Vive para siempre”.
La respuesta la da el dedo de san Juan señalando al interior de nuestras casas y vidas: ahí es donde se muestra la verdad de la resurrección. No hay que buscar al Resucitado en tumbas vacías o en apariciones truculentas. Resucitar no es revivir en esta vida, sino vivir para siempre en Dios. El Resucitado no se filtra mágicamente por las paredes, sino vive y anima a la comunidad que practica el movimiento desencadenado por Él: la tarea de descolgar a quienes viven en crucifixión.
El dedo del san Juan de Salzillo convierte el via crucis de Pasión en via lucis de Resurrección: en vez del dedo inquisitorialmente condenador de Caifás y sus portaestandartes, que anatematizan y excomulgan, mejor el dedo sugerengtemente invitador, que señala dónde está la esperanza y desde dónde se la encuentra. Ese dedo encarna la cristología desde abajo y la teología de la praxis de liberación. Apunta a la Presencia que se hace patente en la solidaridad cotidiana como epifanía de la Vida.
Dice Salomé exultante. “Alegrad esas caras, niños, que el campo está precioso, almendros en flor y aroma de tomillo”. “Déjate de bobadas, en pleno duelo”, dice Lucas. “¿Cuántas veces habrá que repetirlo para que nos creíais?”, dice Juana, y añade: “Él vive, nos lo aseguró el ángel, nos aguarda en Galilea”. “Eso, dice Salomé, en Emaús solamente parada y fonda”. “Callad ilusas”, dicen ellos.
A la altura del cruce de Betania un peregrino confluye con el grupo. Turbante calado, el velo protege su cara del polvo del camino. “Shalom, chicas. ¿La misma ruta?”, saluda sonriente. “Hola, caminante. Nosotras, a Emaús, de paso para Galilea”, contestan a la par con voz alegre Salomé y Juana. “Yo tengo una cita en Galilea”, dice él. “Pues se te hará de noche. Más te vale hacer escala en Emaús”. “Es que no quiero hacerles esperar".
"¿Y vosotros, chicos, al mismo sitio?”, dice el del turbante, dirigiéndose a Lucas y Cleofás. “Hmmm”, saludan elos de mala gana, sin ánimo de platicar. “Van con nosotras ,aclara Salomé, pero estos dos no tiran de su cuerpo”. “Anda, insiste Juana, apretad el paso y vamos todos juntos, que el sendero es ancho”.
Marchan de cinco en fondo, Juana a la izquierda de Lucas, Cleofás en el centro, Salomé junto a él, y a su derecha el peregrino, que comenta: “Mirad qué hermosura de lirios en la colina”. Se le ha ladeado el velo al señalar al horizonte y su rostro descubierto cruza la mirada con Salomé, que susurra: “Ya decía yo que tu voz me sonaba, Rabboní”. El peregrino se lleva un dedo a la boca y sugiere silencio.
Juana no consigue animar a Lucas y Cleofás. Les interpela el peregrino: “¿Por qué esas caras largas?”. Responden: “¿Eres el único que no sabe lo de ayer en el Gólgota?”. “¿Qué?”. “Lo de Jesús, se lo cargaron los jefes. Nosotros esperábamos su liberación, pero... está enterrado”.
Entretanto, Salomé y el peregrino se miran con complicidad. “¿No leéis vosotros las Escrituras?”, dice el peregrino. “Tenía que pasar lo de siempre, al inocente lo asesinan, pero Abba le da la razón y su Espíritu lo saca de muerte a vida: Éxodo, Tránsito, Pascua”
Descansan bajo una higuera, Salomé saca pan de su alforja: “Peregrino, vas a necesitar esto para convencerlos”. El peregrino mira al cielo y parte el pan. “¡Conque eras tú!”, exclama atónito Lucas. Pero en ese instante desapareció de su vista. De pie, pan y vino en mano, solo están ante ellos Salomé, partiendo pan, y Juana, escanciando vino. Las dos unen sus voces a coro: “Abba, envía tu Espíritu que transforme y consagre la vida de quienes comparten”.
“¿En qué quedamos?, dice Lucas desconcertado. ¿Era él o sois vosotras?, dice Cleofás perplejo. ¿Ha sido un sueño, una ilusión? ¿Alucinamos?”. “No, dice Salomé, necesitáis una homilía que lo explique. Quien nos ve a nosotras haciendo lo que Él hizo en memoria suya, le está viendo a Él”.
“Pero... ¿Adónde se ha ido? ¿Por dónde vino?”. “Ni se va ni viene, Tathâgata es Así-Siempre-Presente, decía el oriental que nos mostró de pequeñas los secretos de la iluminación en la flor del Loto. Cuando se lo contamos un día a Jesús para saber qué pensaba de ello, nos dijo: el Espíritu sopla donde quiere. Dejaos llevar por él y os dará vida; vosotras estáis llamadas a repartir esa vida al mundo”.
Cleofás y Lucas, al fin, despiertan: “¿Cómo no nos dimos cuenta mientras comentaba las Escrituras?”. “Corramos a Jerusalén, a contarlo, dicen Salomé y Juana. Él vive, esto ya no hay quien lo pare, el amor es más fuerte que la muerte.”
MARTES DE PASCUA: Noli me tangere
“Suéltame, que aún no estoy arriba, con Abba, Padre y Madre (Jn 20, 17).Ví en la vida nueva del cerezo en flor el cuerpo del Resucitado, extasiado acariciaba sus pétalos, cuando se escuchó una voz entre las ramas:"Noli me tangere..."Por querer retenerle, lo perdemos, como también perdemos a las demás personas cuando retenemos nuestra perspectiva egocéntrica. María debe dejar que Jesús se pierda en Abba y entonces lo tendrá más cerca, absorbida ella misma también en Abba.
Querer retenerle es querer usarle para que nos resuelva los problemas. La religiosidad auténtica no resuelove los problemas, sino ayuda a situarlos y a vivir con esperanza y sentido aunque no se resuelvan.
Hay que decir a María: “No le retengas, déjale retornar a Abba. Y tú, retorna a tí mismaa, que así retornarás a Él y Él a tí”. Cuando ella intenta retener a Jesús, ni se ve a sí misma ni a él. Se pierde y lo pierde.
Cuando nos aferramos al “Cristo estrecho y reducido” de la teología exclusivista o al “Cristo disminuído” por la imagen que de él nos hacemos, el presunto encuentro con él es autoengaño. Hay que decir lo de los budistas: “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Porque, sin duda, esa aparición es una alucinación que te has construído. Él mismo te dice “mátalo para descubrirlo, encontrarlo y encontrarte con Él”. Así te encontrarás a tí mismo, a tí misma, asentado, asentada en Abba....
Salzillo esculpe preguntas.
Semana de Pascua. ¿Adónde apunta el dedo de san Juan?
La retórica de sermones y homilías está llena de respuestas a preguntas que nadie hace o de contestaciones superficiales a interrogaciones profundas. Por ejemplo, cuando el predicador de turno invita a aguantar con paciencia el dolor diciendo: “No hay mal que por bien no venga”. O cuando trata de consolar con la cantinela: “Por algo lo permitió la Providencia”.
Hay otra forma de creer más sincera, la de quien aprende a orar en forma de queja y preguntar por la esperanza ante el silencio de Dios. Esta teología piensa la fe desde abajo, a ras de tierra. Salzillo la intuyó y plasmó en expresiones de sus esculturas.
La Verónica tiene un rostro interrogante que impresiona: mientras muestra el paño que enjugó el rostro ensangrentado, sus ojos están diciendo a gritos sin palabras: “¿Y qué hacemos con esto?¿Quién me lo explica? ¿Para qué hablar?”
El Jesús de Getsemaní está preguntando: “¿Y de qué me sirve que el ángel sea bello y diga hermosas palabras, si lo que a mí me pasa no hay quien lo alivie, de qué sirve el paliativo sin efecto si a quien le duele le duele?
La mano derecha de Jesús deteniendo a Pedro mientras se deja besar por Judas, cuestiona: “¿Qué se gana con echar mano de la espada?”... Pero, sobre todo, manos de la Dolorosa y dedo de san Juan plasman los interrogantes de muerte y resurrección.
La Dolorosa es pura pregunta sin respuesta de madre dolorida ante la muerte injusta del hijo inocente. Sus manos y ojos reverberan al sol matutino gritando un “¿por qué, Señor, por qué?” Dicen que se inspiró el escultor en la madre huertana que perdió a su hijo. No se puede exaltar el dolor por el dolor, ni canonizar el dolorismo de interpretaciones sesgadas de la Pasión. No tiene más mérito quien más sufre, ni envía Dios dolores como castigos, ni los planea para sacar de ellos presuntos bienes, ni se derrama sangre para pagar deudas a una divinidad airada... Si Jesús salva, no es gracias a la cruz, sino a pesar de ella: porque el inocente ajusticiado vive para siempre en Dios, garantía de esperanza.
San Juan, señalando con el dedo al interior de nuestras casas, mientras lo contemplamos pasar por delante de los balcones, es pura pregunta: “¿Por qué buscáis en el cementerio al que está vivo en otro lugar?” Y su dedo señala: “¿No os habéis dado cuenta de que está ahí dentro, en vuestra casa?”
Mi pregunta a Salzillo sería: “¿Por qué, junto a tantas imágenes de Pasión, no hizo con el mismo arte una colección de pasos con las escenas pascuales: pescas joaninas en Tiberíades, caminos lucanos de Emaús, tumbas vacías de Mateo...? ¿Será por razón semejante a la escasez de versículos sobre el Resucitado en Marcos?
Nos deja Salzillo, como Marcos con su “teología desde abajo”, con el interrogante al final del Evangelio. Se acaba en puntos suspensivos ante la gran incógnita: el enigma del triunfo en apariencia del mal con la muerte injusta del inocente justo acusado y acosado... Solo con ojos de fe se descubre que el ejecutado y colgado es “El que Vive para siempre”.
La respuesta la da el dedo de san Juan señalando al interior de nuestras casas y vidas: ahí es donde se muestra la verdad de la resurrección. No hay que buscar al Resucitado en tumbas vacías o en apariciones truculentas. Resucitar no es revivir en esta vida, sino vivir para siempre en Dios. El Resucitado no se filtra mágicamente por las paredes, sino vive y anima a la comunidad que practica el movimiento desencadenado por Él: la tarea de descolgar a quienes viven en crucifixión.
El dedo del san Juan de Salzillo convierte el via crucis de Pasión en via lucis de Resurrección: en vez del dedo inquisitorialmente condenador de Caifás y sus portaestandartes, que anatematizan y excomulgan, mejor el dedo sugerengtemente invitador, que señala dónde está la esperanza y desde dónde se la encuentra. Ese dedo encarna la cristología desde abajo y la teología de la praxis de liberación. Apunta a la Presencia que se hace patente en la solidaridad cotidiana como epifanía de la Vida.
1 comentario:
Muy buen post, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)
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