MORAL DE AYER Y MAÑANA (2)
Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).
1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos
2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana
3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.
4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.
5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia
6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos
2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana
No basta solamente con las buenas actitudes, criterios o motivaciones de una moral creyente. En la vida de cada día, en situaciones muy concretas confrontamos problemas difíciles. La moral creyente no es una moral abstracta, sino sumergida en lo concreto de cada situación. Tiene que saber dejarse enseñar por la experiencia de la vida. Aquí las preguntas que abren el debate sobre esta segunda característica serán, entre otras, las siguientes: ¿Cómo elaborar una moralidad que capacite a los creyentes para vivir su vida cotidiana como cristianos en un ambiente no cristiano? ¿Cómo repensar y revisar concretamente la moral en el contexto de la vida cotidiana de los creyentes que viven en un ambiente muy a menudo de increencia y de injusticia? ¿Cómo tratar los problemas morales de los cristianos a partir de esa experiencia de su vida en medio del mundo? ¿Cómo hacer para que la moral no se desconecte de la vida, de la experiencia de cada día? ¿Cómo incorporar, asumir y confrontar el reto que viene de los nuevos datos científicos y de la inminencia de un futuro que ya nos cuestiona antes de haber llegado?
El Concilio, que había insistido en revalorizar la enseñanza tradicional sobre la conciencia, supo juntar esa moral de ayer con la que se necesitará para mañana. Por eso, al insistir en aprender a leer los signos de los tiempos, propuso como método de reflexión y discernimiento sobre cuestiones morales la doble perspectiva del Evangelio y de la experiencia humana. Al insistir en la experiencia humana, desencadenó todo un movimiento de dar importancia a las situaciones concretas, a las llamadas "mediaciones", a la experiencia de la vida cotidiana y a los datos e informaciones que nos proporcionan las ciencias, como elementos inseparables de una conciencia en situación.
En temas de moral social, la reflexión oficial de la iglesia ha incorporado bastante la mediación de las aportaciones venidas de las ciencias sociales. En cambio, en cuestiones de moral sexual, matrimonial y familiar, todavía hace falta integrar la aportación de las ciencias biológicas o de las ciencias humanas. Los retos de la biotecnología y tecnociencia, el pensamiento ecológico o el feminista serán, sin duda, confrontados más a fondo en el siglo próximo. La moral del mañana tendrá que seguir prolongando esta línea y redescubrir el papel tradicional de la sabiduría práctica para emitir juicios en situaciones concretas. Un texto fundamental para comprender este enfoque seguirá siendo el n.46 de Gaudium et spes: "a la luz del Evangelio y de la experiencia humana". En vez de decir " de la razón humana", como se había propuesto por algunos, se dijo " de la experiencia humana". Es el texto que prologa la segunda parte de este documento, en la que se trata sobre algunos problemas concretos más urgentes.
En dicho número había propuesto el Concilio una metodología básica: "escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio", porque estamos en "una época de cambios profundos y acelerados". Al decirlo tiene en cuenta el Concilio el gran cambio que ha supuesto el paso de una mentalidad clasicista y estática a una mentalidad con sentido histórico y dinámica. Dice en el n.5: "La humanidad pasa de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva". En el n.43 dice: "no piensen los fieles que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta a todas las cuestiones, aun graves, que surjan". A partir de entonces se eleva la experiencia de la humanidad a la categoría de "locus theologicus". La teología moral no irá desde arriba a configurar las realidades terrenas aplicándoles, sin más, principios generales, sino hará por aprender de ellas y dejarse configurar desde abajo, tanto por la experiencia como por las ciencias. Siguiendo estas orientaciones, la teología moral del mañana se hará:más inductiva, más en inserta en la vida, más elaborada desde y para ella. Cuando se tome en serio esta metodología brotarán, entre otras, las consecuencias siguientes: aprender de otras confesiones cristianas; de otras religiones; de no creyentes de buena voluntad; dialogar con la ética civil y la ética de mínimos; dialogar con la ética secular; cooperar en el proyecto de una ética mundial; fomentar actitudes de búsqueda, diálogo, creatividad, modestia o provisionalidad; cobrar mayor conciencia de la complejidad de los problemas y estar más dispuesto a dejarse enseñar por los especialistas de cada campo científico.
También seguirá cultivando la teología moral del futuro una mayor sensibilidad ante la problemática del cambio socio-cultural y de la justicia social. La teología moral católica de las últimas tres décadas ha prestado más atención que hasta ahora a temas de justicia social (guerra nuclear, violencia, terrorismo, derechos humanos, desarrollo internacional). Pero aún más importante es el hecho de que la teología moral haya percibido mejor la conexión entre ética personal y ética social, entre el modo de enfocar los problemas de la vida y los de la justicia. El Cardenal Bernardin habló de una “ética coherente sobre la vida". Las cartas pastorales de los obispos de EE.UU. sobre la paz y la economía iban también en esa misma línea de pensamiento. Veían, por ejemplo, tanto la carrera de armamentos como el aborto vinculados por el denominador común de constituir amenazas a la vida humana.
Este tipo de enfoque, que junta la ética social y la ética de la vida, se ha venido extendiendo recientemente a problemas como los del tratamiento médico, el cuidado de las personas mayores o las aplicaciones de las investigaciones genéticas. Pero aún nos queda por delante la tarea de aplicarlo de un modo coherente a temas como el de la contracepción, la esterilización o las terapias de infertilidad. "Estos temas, ha dicho Cahill, no se pueden considerar independientemente de perspectivas más amplias sobre la sexualidad y sobre mujeres y hombres no tan sólo como agentes sexuales, sino como personas, en las que convergen multitud de responsabilidades y de cargas. Meramente el prohibir ciertas opciones en el terreno de la sexualidad no puede ser una respuesta eficaz ante los factores sociales, culturales y económicos que conducen o acorralan a las personas hasta situaciones en las que hay que decidir. La enseñanza de la iglesia no será creible ni eficaz si no conecta de un modo significativo con las experiencias reales y a menudo penosas de las personas. Tampoco será creible esta enseñanza si aísla las opciones particulares fuera del conjunto de la red de acontecimientos, decisiones y opciones vitales, o si se huye de la complejidad de la vida para refugiarse en un legalismo ajeno al evangelio.
Todos estos enfoques no son novedosos. Coinciden con la experiencia cristiana primitiva, que no se redujo a orar y participar juntos en la liturgia o a aprender en la enseñanza de las homilías unos criterios para la vida. Un elemento decisivo en la configuración de la moral cristiana fue la experiencia de la vida cotidiana en medio de una sociedad que no se regía, ni mucho menos, por criterios cristianos. En ese contexto concreto se confrontaban dilemas, problemas y tensiones nada fáciles de resolver. Y esta experiencia de vida se convirtió en una de las fuentes de la moral. Era fácil huir del mundo y era fácil olvidarse de la fe; lo difícil era vivir coherentemente la propia fe, en medio de la vida social cotidiana en un mundo que se rige por otros criterios y aprecia otros valores. Podemos imaginarnos la situación del ciudadano romano creyente, que era soldado o comerciante o funcionario: se planteaban en esos contextos los problemas de la mentira, el homicidio, el aborto o la objeción de conciencia frente a la violencia y la guerra.
En el futuro, en medio de la sociedad pluralista y secularizada, las tensiones serán aún mayores y se cuestionará el futuro de la fe en el mundo en que vivimos. Seguirá agudizándose el problema de las relaciones entre las creencias y las culturas. La moral, como lucha por la liberación frente al mal, revestirá dificultades peculiares en una sociedad en la que el mal se hace cada vez más estructural e impregna unas instituciones más complejas que las antiguas, en las que se diluye la responsabilidad personal.
Puestos en esa situación, no bastará a los cristianos la reserva de criterios y actitudes evangélicas mencionados en el punto anterior. Necesitarán al mismo tiempo información concreta, suficiente y adecuada acerca de la sociedad en que viven, cuya situación tendrán que analizar mejor. ¿Hasta qué punto vivir en confrontación y hasta qué punto son aceptables los compromisos? ¿Qué alternativas se ofrecen a la perpetua confrontación o el compromiso continuo? Los manuales tradicionales trataban esta problemática al hablar de la cooperación al mal y distinguían hábilmente varias clases de cooperación: directa, indirecta, etc. Hoy las cosas son mucho más complicadas y aún lo serán mas en el futuro. ¿Es posible dar un paso por la megápolis burocrática informatizada sin estar cooperando a infinidad de males? ¿Cuándo, dónde, en qué temas y hasta qué punto mantener la confrontación? ¿En qué se puede ceder sin ser incoherente e injusto? Los cristianos que vivan esta problemática en medio del mundo tendrán que hablar en comunidad sobre ello y seguir buscando junto con otras personas de buena voluntad las alternativas aún no encontradas. No podrán esperar de la Biblia o de la Iglesia soluciones prefabricadas. La sociedad del mañana será aún mas compleja que la de hoy; también la moral, que no tendrá respuestas prefabricadas (cf. Gaudium et spes, 33). Se requerirá más especialización, a la vez que modestia y colaboración; será necesario releer, repensar y resituar, a la luz de la preocupación por los valores, tanto las experiencias de vida cotidiana como las aportaciones del campo científico y tecnológico.
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